Encontré el pasado fin de semana, en una visita dominical a la playa, una botella flotando junto a la orilla, con un mensaje dentro. Esperando que fuese, como mínimo, el mapa de un tesoro o, en el peor de los casos, un náufrago pidiendo ayuda o una sirena mandando cartas de amor a algún marinero, me zambullí en las frías aguas para recuperarlo. Una vez abierta la botella, lo que encontré, sin embargo, parecía ser parte de un capítulo inédito, aunque sin firma, de “Le petit prince”, la obra más famosa de Antoine de Saint-Exupéry. Su avión cayó en el Mediterráneo, no muy lejos de nuestras islas, hace ya ochenta años, quizás abatido por los nazis, por lo que no sería descabellado pensar que este fragmento fuese auténtico, secuestrado por el mar hasta el día de hoy. Me ha parecido una lectura muy interesante, así que he decidido compartir esta traducción libre.
Al llegar al siguiente planeta, el principito se encontró con un señor mayor sentado en una gigantesca mesa de despacho junto a una enorme pila de libros. Iba leyéndolos y, con una gran pluma de ganso que no dejaba de mojar en su tintero, tachaba y escribía sobre las páginas de los libros.
Mientras hacía tachones con rabia y escribía, frenético, iba mascullando frases:
—¡No, no y no! ¡Esto también está mal! ¡Todo está mal!
Tan ocupado estaba en su labor que no vio llegar al principito.
—¿Qué haces? —preguntó el principito.
—¿Eh? ¡Ah! Una visita… Corrijo los libros. Todos están mal.
—¿Y cómo sabes que están todos mal?
—Pues es muy fácil: dicen cosas distintas a las que yo pienso.
—Tiene sentido, sí.
—¿Quieres ayudarme?
—No tengo mucho tiempo que perder, que mi rosa me espera, pero puedo intentarlo un rato…
—Pues coge todos estos libros y ponte a trabajar.
—¿Y cómo sabré lo que tengo que tachar?
—Cada vez que veas algo con lo que yo no esté de acuerdo, lo tachas.
—Pero… ¿cómo sabré yo en qué no estás de acuerdo?
—Porque es evidente. Solo lo que yo pienso es verdad, así que todo lo otro no puede serlo: táchalo y listo.
—Sigo sin verlo claro.
—¿Ya te estás excusando para no hacer nada? ¡Todos los jóvenes sois iguales!
—No es verdad. No somos todos iguales: seguro que puedo pensar lo mismo que tú si me esfuerzo lo suficiente.
—No lo dudo, no lo dudo. Veo que eres un joven muy inteligente. Para que puedas empezar a pensar como yo, y acceder así a la única verdad, te voy a poner una tarea más sencilla.
Tomó otro montón de libros, una pluma de gallina negra menorquina y un tintero lleno de una tinta de color azul, que entregó al principito.
—Toma. Siéntate por aquí cerca y corrige todos estos libros. Todo lo que tienes que hacer es ir contando las palabras. A la que hace diez, le añades una letra hache donde tú quieras, y vuelves a empezar la cuenta. Y no te vayas muy lejos, no vaya a ser que te caigas por el borde del planeta…
—¡Qué tarea más rara! ¿Para qué se necesitan tantas haches? De hacer falta, ¿no las habrían puesto en su sitio los que los escribieron? ¿Y cómo se puede uno caer por el borde de un planeta, si son todos esféricos y tienen su propia gravedad?
—¿Otra vez dudando de la verdad? Está muy claro que esas palabras necesitan muchas haches porque sus autores no creían en ellas. Decían que como no sonaban, no hacían falta, pero yo sí sé que están ahí. Y tú, como eres un joven inteligente, también lo sabes. Así que en marcha: no quiero menos de cincuenta haches adicionales por página.
Ante una petición tan razonable, el principito empezó a escribir haches en todas direcciones, con muy buena caligrafía. Y descubrió además, a medida que iba girando las páginas, que ya no necesitaba contar las palabras, o incluso leerlas: podía hacerlo directamente donde él creyese. La tinta azul, bajo la luz de las estrellas, se volvía verde brillante al secarse.
Al acabar con el primer volumen se lo enseñó al señor mayor, que tomó el libro y empezó a hojearlo.
—Mmm. —iba diciendo por lo bajo— ¡Bien, bien! ¡Esto está muy bien!
El principito lo miraba con gesto expectante mientras el señor acababa su revisión.
—Lo has hecho muy bien. Veo que eres joven pero tú también, como yo, has entendido que la verdad no está en los libros, sino en tu cabeza y que por eso hay que mantener a raya a los libros. Hay mucha gente por ahí que no quiere creer en la verdad y el trabajo de toda persona inteligente es hacerles callar, tachar todo lo que dicen y, llegado el caso, gritar más alto que ellos. Es de justicia.
—Es de justicia —repitió el principito—. Pero, ¿por qué hay que escribir tantas haches?
—Porque lo esencial no puede oírse.
—Tiene sentido, sí. Por eso hay que añadir haches.
—Por eso, por eso. La verdad necesita muchas haches. Desconfía de cualquiera que no sepa la verdad o quiera aprenderla en los libros. Si eres lo bastante inteligente, la verdad está dentro de tu cabeza y no necesitas que nadie te la enseñe.
—Claro. Ahora lo entiendo todo: hay que añadir haches para demostrarles que no saben la verdad.
—Aprendes muy rápido. Llegarás lejos si sigues aquí conmigo, trabajando para la verdad. Además, si te concentras lo suficiente en la letra hache, como no tiene sonido, tu mente se queda en blanco y echa de ella a cualquier otro pensamiento.
—Es verdad. Lo importante no se puede explicar con palabras pero sí con haches —concluyó el principito.
Al tomar el segundo libro del montón para seguir escribiendo haches, el principito descubrió que había varios baobabs creciendo junto a ellos.
Los baobabs —el principito lo sabe bien— son la principal amenaza para los planetas. Cuando los baobabs crecen llegan a hacerse tan grandes que sus raíces rompen el planeta, así que hay que ir con mucho cuidado y arrancarlos nada más salir.
—Disculpa —dijo el principito al señor mayor—. Están saliendo baobabs. ¿No vas a arrancarlos?
—¿Arrancarlos? ¿Para qué?
—Pues porque cuando crecen, sus raíces rompen los planetas y en un planeta roto no se puede vivir.
—Eso no es verdad. Eso es propaganda de los planetas de la liga antibaobabs. ¡No les hagas caso!
—Pero es que lo he visto con mis propios ojos: los baobabs crecen sin control y se hacen demasiado grandes como para arrancarlos. Entonces ya es tarde, y sus raíces, gigantescas, parten el planeta y todo el mundo se cae de él.
—¡Mentira! ¡Eso es sucia propaganda de los desalmados de la liga antibaobabs! Todo lo que quieren es que arranquemos los baobabs para conseguir sus sucios objetivos y, además, impedirme que haga mi trabajo de tachar libros.
—¿Quiénes son esas personas tan malas de la liga antibaobabs? ¿Por qué tratan de engañarnos?
—Eran jóvenes menos inteligentes que tú y que tuvieron la mala suerte de leer libros que todavía no había podido tachar. Como solo aprendieron mentiras, ahora las repiten, y quieren que arranquemos los baobabs para hacer con ellos más papel y libros con los que esparcir sus mentiras e infectar con la estupidez a otros jóvenes.
—¿Y no hay vacunas para esa enfermedad de la estupidez?
—¿Vacunas? ¿Es que no te he enseñado nada? Si eres lo suficientemente inteligente, pienses lo que pienses, será verdad. La verdad es evidente. Las vacunas son otras mentiras. Si tan buenas fuesen, no dolerían cuando te las pinchan. Está claro que las vacunas también son otro invento de la liga. Las personas inteligentes no se vacunan nunca.
—Es verdad que las vacunas duelen cuando te las ponen. Si fueran buenas, sabrían a helado de vainilla, por ejemplo. Pero no sé… los baobabs se hacen muy grandes…
—¿Pero tú que vas a creer? ¿Lo que dicen los libros y lo que han visto tus ojos, o lo que yo te digo, que soy inteligente y sé la verdad? Los baobabs son unos árboles muy nobles que, además, cuando crecen, dan una sombra muy agradable bajo la que estar fresco y seguir tachando libros.
—Pues será verdad. Siento mucho no ser todavía tan inteligente como tú.
—No te preocupes, es normal: los jóvenes son siempre un poco atolondrados. Por eso me gusta ver que hay esperanza y que quedan algunos como tú, dispuestos a creer en lo que otros decimos en lugar de creer en lo que leen y en lo que ven.
—Gracias —dijo el principito, mientras cogía el siguiente libro y, con un gesto enérgico, ponía una primera hache mayúscula bien grande en su portada—. ¡Qué ganas tengo ya de que los baobabs crezcan y su sombra nos dé frescor!
El fragmento recuperado acaba aquí, resultando el resto del texto ilegible. A nivel personal, no tengo ninguna duda sobre su autenticidad. Lo que probablemente nunca podamos averiguar es si fue Saint-Exupéry el que decidió no publicarlo o si fue su editor quien lo descartó…
Publicado en Ultima Hora el 9 de diciembre y en el Diario Menorca el 12 de diciembre.