Mi gata es ya muy mayor. Ni ella ni yo tenemos muy clara su edad, pero estoy convencido de que tiene más de veinte años. Conserva intacta su curiosidad y siempre ha sido muy cariñosa, aunque se le nota que últimamente ha perdido una cierta agilidad. Digo mi gata, aunque en realidad todos los que nos relacionamos con los felinos sabemos que los gatos son solo suyos y de nadie más. Me corrijo por tanto: la gata que vive en mi casa es muy mayor. No puedo contar su historia, ya que en realidad sólo he sido testigo de una fracción minúscula de su vida. Fue primero la gatita de mis abuelos, después la gatita de mi padre y ahora es mi gatita, o, lo que es lo mismo, ha sido siempre la gata guardiana de la casa familiar y su jardín.
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