La usura es el interés que se cobra (o se paga) por un préstamo. Y no lo digo yo, lo dice el diccionario de la Real Academia, que también nos da otra acepción que, curiosamente, es la que tiene un uso más habitual: “interés excesivo en un préstamo”. Usurero es, por tanto, quien cobra dicho interés excesivo.
Ahora bien, a los economistas siempre se nos hace muy difícil determinar qué es “excesivo” y qué es “razonable”, “suficiente” o “adecuado”. Todo lo que no podamos medir numéricamente es siempre subjetivo, así que se hace difícil decidir a priori qué es un interés excesivo. A falta de mejores argumentos, podemos comparar siempre el interés que nos pagan a nosotros por el dinero que depositamos en un banco en relación con el interés que nos cobraría esa misma entidad por prestárnoslo a nosotros. ¿Alguien tiene idea de cómo está el mercado? Pues sin ser demasiado exactos o exhaustivos, dado que estas magnitudes cambian a lo largo del tiempo, ahora mismo mi banco me ofrece un atractivísimo 0,50% anual. Es decir, si depositara 100.000 € en el banco a plazo fijo durante un año me pagarían al acabar el periodo unos suculentísimos 400 €, descontados ya los 100 € que me retendría Hacienda. Por poner estos números en perspectiva: como premio por dejarle al banco durante un año entero el capital equivalente a lo que me costaría comprarme una casa, me darían una cantidad de dinero que no me serviría ni para pagar un mes de alquiler de esa misma propiedad.
¿Y a qué tipo de interés me cobrarían un préstamo personal? Pues a casi el 8% anual. Aquí, mi sentido arácnido de economista empieza a alertarme del peligro: un diferencial del 7,5% es bastante, ¿verdad? Pero la realidad es mucho peor si lo comparo en términos relativos: mi banco me cobraría 16 veces más por dejarme dinero de lo que me pagaría si se lo dejara yo. Por esos 100.000 € tendría que pagar unos intereses de 8.000 € anuales, cantidad bastante alejada de los 400 € que me pagarían a mí por depositar ese importe. Mi banco es una entidad seria, bastante competitiva en precios y estoy en general contento con los servicios que me ofrece, pero tengo muy claro que esto sí es usura. Legal, admitida, reglamentada, fiscalizada, aunque usura al fin y al cabo.
¿Hay alternativas a esta situación? Desgraciadamente, no: el mercado se encarga de que los tipos sean muy parecidos entre todas las entidades, con lo cual se hace verdad aquello de que “cambiarás de molinero pero no de ladrón”.
A la vista de lo anterior, ¿hay límites a lo que pueden cobrar por un préstamo? ¿Hay alguna protección legal frente a los abusos de la usura? En su día sí se establecieron a nivel normativo límites y, de hecho, era incluso delito prestar dinero con determinados tipos de interés. Además, había una gradación de los excesos, hablándose de usura, de intereses leoninos, etc. Evidentemente, el dios del libre mercado se llevó por delante – probablemente tras sesudas argumentaciones – estas regulaciones, por lo que la única obligación real que tienen los prestamistas consiste en, además de tener las oportunas licencias, indicar de una forma que se entienda el tipo de interés aplicable. Esta obligación nace de la circular 8/1990 del Banco de España, que exige a las entidades indicar siempre el TAE, la tasa anual equivalente, explicando de forma pormenorizada cómo determinarla y qué conceptos se incluyen en su cálculo.
¿Resuelve esto el problema? Probablemente no, aunque permite al menos comparar entre sí de una forma relativamente sencilla y rápida diferentes ofertas. Evidentemente, si la TAE no es demasiado atractiva, los usureros suelen esconderla bajo una montaña de letra pequeña y de forma que sea poco visible: si está en el folleto, aunque haga falta un microscopio electrónico para verla, ya cumplen con su obligación. Dudo mucho que esto nos proteja como consumidores: ¿cuántos de los que están leyendo este artículo entienden lo que es una TAE y sus diferencias con un tipo de interés nominal? No es en absoluto evidente. Y creo que es lo suficientemente importante como para que estas cosas formen parte de la educación obligatoria de todos: muy pocos de nosotros acabaremos dedicándonos a la filología o a la biología, sin embargo, en un momento u otro, casi todos nos veremos en la necesidad de pedir un crédito para comprarnos un coche, una casa o arrancar un negocio.
Dante reservaba en la Divina Comedia el anillo interior del séptimo círculo del infierno a los usureros, y quiero pensar que, aunque no lo dijo expresamente, hay un espacio separado, con un inmenso grill en el que se cocina a fuego exquisitamente lento a los que se dedican a dar créditos de consumo y repartir tarjetas de crédito a personas con pocos recursos.
Como decía antes, para las personas con un perfil crediticio más o menos solvente, las ofertas de los diferentes bancos y entidades serán bastante parecidas. Sin embargo, proliferan en esta época las empresas que ofrecen préstamos a las personas que no tienen acceso al crédito a través de los conductos ordinarios. Estas empresas que anuncian créditos de consumo de hasta 3.000 € son perfectamente legales pero están muy lejos de ser éticas y sus prácticas de dudosa moralidad deberían revisarse por parte de los supervisores oportunos. Me refiero aquí a Cofidis, Wonga, OK Money, Vivus y la miríada de híper-usureros que prestan dinero de una forma que siempre se anuncia como “fácil”, “rápida” y “segura”. Sus clientes valoran la facilidad y la rapidez, dado que un banco probablemente no les prestaría dinero jamás, pero la seguridad de la que hablan es algo más difícil de creer.
Por ver un ejemplo concreto de a qué me refiero, Vivus realiza micropréstamos “al instante”, por importes pequeños e incluso “sin intereses”, que es la base de su promoción comercial. Sin embargo, oculto en el pie de página se indica que, por ejemplo, la TAE de uno de sus préstamos podría ser de un 1.270%, y eso sin contar las posibles penalizaciones por impago. Usando el simulador que tienen en su página web, un préstamo de cualquier cantidad durante una semana tendría un tipo de interés nominal semanal del 11%, o lo que es lo mismo, una TAE del 23.082% (léase veintitrés mil por ciento). Como pueden ver, un abuso en toda regla, con unas condiciones draconianas de las que difícilmente se puede librar una persona que ha caído en sus garras, y con consecuencias inmediatas a largo plazo, como la inclusión del deudor en un fichero de morosos a los 30 días del impago de cualquier cuota.
Dado que ni el supervisor bancario ni el Ministerio de Economía ni el propio legislador están dispuestos a frenar estos excesos, aduciendo que el mercado crediticio es libre y sacrosanto, la única alternativa que tenemos para defender a los que se encuentran en una posición más débil es ofrecerles formación, conocimiento y asesoramiento, y, a la vez, denunciando la falta de ética y las malas prácticas de estas compañías, que se han ganado a pulso el nombre de híper-usureros. Abusar de los más débiles y necesitados que, desgraciadamente, suelen ser también los que tienen una menor formación en este sentido es un acto deleznable, de lesa humanidad y que debería repugnar a cualquier persona con un mínimo de sensibilidad o conciencia. Ésta sí es auténtica violencia económica, extorsión protegida con licencias, cáncer del sistema cubierto con bonitos estampados florales: en su publicidad aparecen como benefactores, ayudando a los que lo necesitan. Siento el exabrupto: me parece inconcebible que tras el batacazo del estallido de la burbuja inmobiliaria en este país, que no fue más que una crisis financiera apoyada en muy malas prácticas crediticias consentidas y promovidas desde los diferentes gobiernos, se siga permitiendo a toda esta ralea de usureros y sus secuaces actuar con impunidad.
No quiero terminar este artículo sin mencionar que el pago de intereses por los préstamos no es, en sí mismo, algo negativo. De hecho, la experiencia demuestra que los préstamos a interés cero generan siempre problemas de equilibrio y de asignación de recursos, como sucedió en su día en la extinta Unión Soviética. Mucho antes de esto, la Escolástica prohibió a los cristianos el cobro de intereses, lo que dio como resultado que todo el sector bancario moderno perteneciera a practicantes de otras religiones, lo que, a su vez, fue el auténtico detonante de la expulsión de los judíos y los musulmanes de España por parte de los Reyes Católicos, al no poder devolver la corona los préstamos que había contraído con éstos para financiar sus guerras y conquistas.
Por otra parte, los créditos, bien utilizados, pueden ser una herramienta para cambiar una sociedad. Sin entrar en más detalles, quiero destacar la figura de los microcréditos en el desarrollo de comunidades en países en vías de desarrollo, como el exitoso ejemplo del banco Grameen en Bangladesh, por el que Muhammad Yunus ganó el Nobel de la Paz en 2006, además del Príncipe de Asturias de la Concordia en 1998 entre otros premios. La polémica ha envuelto su gestión, que es, como mínimo, heterodoxa, pero lo cierto es que estos microcréditos han transformado el entorno rural del país, ayudado especialmente a dar libertad e independencia a las mujeres de estas comunidades, exportándose el modelo a otros países del entorno con un éxito equivalente.
El sistema financiero no es algo negativo per se, dado que permite una asignación más eficiente de los recursos disponibles, y por eso no debemos caer en la simplificación de confundir una herramienta con el mal uso que se hace de la misma por parte de los usureros, guiados por una codicia que no conoce límites y que no frena su avance ni ante la ética, la moral, la justicia o la más mínima noción de dignidad humana.
No dejéis que nadie caiga en las garras de los híper-usureros: compartid este mensaje y mantened la guardia bien alta.