Innovación, emprendedores, startups, tecnología, economía del conocimiento, cambio de modelo productivo… Estas inocentes palabras articulan ahora mismo la mayoría de los discursos políticos en el ámbito económico de casi todas las formaciones y partidos, y a fuerza de abusar de estos términos, han acabado perdiendo todo su valor.
Por aclarar mi propio punto de partida, me considero emprendedor y he arrancado durante los últimos años distintos proyectos empresariales basados en las nuevas tecnologías. Algunos de ellos van muy bien y otros todo lo contrario, pero lo cierto es que me dedico a esto y me gano la vida así.
Precisamente por esto me duele ver cómo se usa y se abusa de estos conceptos sin ningún tipo de criterio ni pudor, especialmente en el ámbito del debate público, entendiendo que son la panacea para todos los males de este país y la vacuna perfecta para acabar con el paro.
Empecemos desmitificando un poco la figura del emprendedor: los medios nos cuentan siempre las historias de éxito, que son las que venden, las que nos gustan, las que nos ilusionan. Dejando aparte su innegable valor motivacional, no todos podemos aspirar a ser un Bill Gates, un Steve Jobs o un Mark Zuckenberg. Sus respectivos éxitos de deben a una irrepetible combinación de talento, preparación, circunstancias y buena fortuna, pero no son en absoluto la norma general. Por cada emprendedor que se ha hecho millonario hay centenares de ellos que consiguen más o menos vivir de lo que hacen y, en el reverso de la moneda, varios millares que no lo conseguirán, que dedicarán su tiempo, esfuerzo y dinero a poner en marcha proyectos que nunca serán rentables, abocados al fracaso. Ninguno de estos será famoso ni se comentará su caso en los medios. Evidentemente, este sesgo informativo nos afecta de forma consciente e inconsciente a todos. Y que conste que soy el primero que estaría encantado en hacerme multimillonario mientras hago del mundo un lugar mejor.
Por otra parte, también se nos vende lo “fácil” que es emprender, como si bastara con tener una buena idea para tener el éxito garantizado. No es así. Ni por asomo. Una buena idea sin una buena materialización no es más que eso: una buena idea. Y muchas buenas ideas que se han ejecutado correctamente han resultado ser negocios ruinosos.
En cualquier caso, esta miopía hacia la realidad del emprendimiento no es el auténtico problema. Lo que de verdad hace daño es que en este ecosistema tan variado han proliferado de forma desmedida los parásitos y los depredadores. Es una máxima en biología que todo ecosistema tiene parásitos, y no es aquí menos verdad: por cada emprendedor luchando por hacer realidad sus sueños, sus proyectos y sus aspiraciones, hay una docena larga de presuntos expertos, coaches, asesores, mentores, guías espirituales y gurús tecnológicos. No dudo que entre toda esta fauna haya buenos profesionales, y menos todavía que muchos de ellos estén cargados de buenas intenciones y vayan de buena fe, pero lo que sí sé es que muy pocos de ellos han tenido un éxito profesional en ese campo que les permita autoproclamarse expertos en la materia. De hecho, sucede con frecuencia al revés: quien tiene éxito está lo suficientemente ocupado como para no poderse dedicar a “asesorar” a los que empiezan. Hay honrosas excepciones pero son eso, excepciones.
Es una lástima, pero es así. Y aunque los parásitos sobreabundan, no pasan de ser una molestia recurrente que uno puede minimizar con una correcta higiene mental. Lo de verdad peligroso son los depredadores, que también merodean por aquí. Un parásito te genera molestias más o menos tolerables; pero un depredador puede acabar contigo. Y aquí estoy hablando, cómo no, de los bancos, los fondos de capital riesgo, algunos listillos del mundo del capital semilla, algunas categorías de business angels y, en general, de cualquiera que se asome a este mundo con la sana intención de ordeñarte.
No tengo por qué dar nombres, pero hay conocidísimos bancos que se apuntan el tanto de “apoyar a los emprendedores” y que por ello reciben suculentos incentivos fiscales mientras ofrecen préstamos convertibles con un interés nominal superior al 10%. Con un poco de magia Google podéis descubrirlos enseguida. Los depredadores a los que me refiero solo están en esto por la pasta, no por el convencimiento de que hacen lo correcto. Las finanzas tienen una única vara de medir: el dinero. Cualquier otra consideración es gratuita o falsa. Y aunque sí es cierto que los costes fijos de arrancar según que negocios han caído en picado gracias a Internet y las nuevas tecnologías, no es menos cierto que todos los proyectos requieren de financiación, y que ésta es proporcional a la complejidad y el tamaño de la idea a materializar.
Otros conocidos personajes públicos arrancaron hace poco una aceleradora de empresas autoproclamada como “líder” y “puntera”, en la que después de un proceso de selección completísimo te ofrecen durante 6 meses una mesa, una silla, una conexión a internet y multitud de buenas palabras y consejos trilladísimos, casi de manual de autoayuda, a cambio de un 15% de tu empresa y el compromiso de dedicarte en exclusiva a tu proyecto. Eso sí, como bonus te puedes hacer selfies con los famosillos que se dejan ver por allí.
En cuanto al sector público, tengo aquí sentimientos encontrados, dado que ha habido algunas buenas medidas y otras bastante más discutibles. Como norma general, cada ley que se ha publicado con la palabra “emprendedor”, “emprender” o “innovación” en su título ha supuesto, en general, una reforma fiscal encubierta para apretarnos todavía más las clavijas. Por lo tanto, luz roja por este lado. Está claro que los 55,78€ mensuales de cuota durante los primeros 6 meses para los valientes que empiezan como autónomos sí son una ayuda, pero a la vez que esto se aumentó la cuota un 24% a todos los autónomos que son administradores de una sociedad limitada (la mayoría de startups se constituyen como SL) o que tienen más de 10 empleados. Haciendo los números, está claro que han barrido para casa… Y no acaba aquí: en tanto no llega a concretarse la famosa “ley de la segunda oportunidad” ni parece que lo vaya a hacer dentro de esta legislatura, lo que sí se ha materializado es el timo de la estampita de la “cobertura por cese de actividad”. Se nos ha vendido que es el derecho a cobrar una prestación de desempleo por parte de los autónomos que acaban su actividad, pero en la práctica no es más que una nueva política recaudatoria, dado que hay que cotizar (y pagar) de forma separada por este derecho y los requisitos para cobrarla son inalcanzables. Durante 2012 se recaudaron por este concepto 56,5 millones de euros pero solo pagaron ayudas por valor de 2,1 millones, lo que deja un bonito beneficio de 54,4 millones para el Estado, que no tuvo ningún inconveniente en denegar un 86,9% de las peticiones en base a “insuficiente justificación” del cese de actividad. Otras muchas iniciativas se nos han vendido muy bien pero en la práctica no han funcionado, como por ejemplo el famoso “no pagar el IVA hasta que haya cobrado la factura”, al que habría que añadir la letra pequeña de “siempre que sea dentro del mismo año”. En fin.
Una de las buenas iniciativas públicas que sí ha funcionado muy bien pero de la que se ha abusado es el ENISA, siglas bajo las que se esconde la Empresa Nacional de Innovación, Sociedad Anónima. ¿Qué hace ENISA exactamente? Pues dejar dinero a las empresas y emprendedores para poner en marcha nuevas ideas y procesos innovadores, no solicitando para ello garantías y en unas condiciones financieras más que aceptables (a la par con los créditos que ofrece el ICO, Instituto de Crédito Oficial). Evidentemente, es el Estado quien respalda estos créditos, y el ratio de morosidad es elevado porque estamos en un sector con una altísima volatilidad y riesgo. Hasta aquí, todo bien. El problema es que, por una parte, no ha habido suficiente dotación presupuestaria, por lo que no se ha podido prestar todo el dinero que se ha pedido y, por otra, que los controles se han demostrado insuficientes. Por ejemplo, grandes “éxitos” empresariales como la trístemente célebre GOWEX se nutrían de estos fondos públicos. Además, esta compañía entró en el MAB (Mercado Alternativo Bursátil) para conseguir todavía más financiación y con ello, al estallarle la verdad en la cara al premiadísimo Jenaro García, fundador de la empresa, se llevó por delante no solo esta empresa sino la credibilidad del mercado entero, cayendo en barrena otras firmas que cotizaban en él.
Podría extenderme mucho más, pero no creo que sea éste el lugar oportuno para hacerlo. Seguiré hablando de los emprendedores y sus retos en próximas publicaciones. No he mencionado aquí todos los “eventos” que se organizan en torno a los emprendedores, porque es un circo de escala planetaria y merece ser comentado de forma separada, con más calma y todo lujo de detalles. Toda mi intención era aquí subrayar que no todo el monte es orégano y que el emprendimiento, que sí puede ser una alternativa para muchos, no es ni mucho menos un camino de rosas y no debería publicitarse desde las instancias públicas como la solución al paro. Crear empleo es algo que compete al sector privado exclusivamente pero que tiene que impulsarse desde las instancias públicas, que deben velar por el establecimiento de unas condiciones propicias para que esto suceda.
Mucha suerte a todos los que se animan a tratar de hacer realidad sus proyectos. No es fácil, pero se aprende mucho y es en términos generales una gran experiencia: en mi caso concreto no lo cambio por nada.